Este
artículo no pretende ser una crítica a
todos los colectivos u organizaciones antifascistas, ni mucho menos al
antifascismo obrero clásico, sino un análisis de la realidad actual aplicada a
esta lucha que, como muchas otras, ha sido parasitada por el propio sistema capitalista.
La
obligación de todo militante revolucionario
es analizar la situación actual para intervenir en la realidad material
y transformarla; de lo contrario, podemos caer en la trampa de ser cómplices
del mismo sistema que nos oprime. El fascismo ha jugado históricamente un papel
contrarrevolucionario al servicio del Capital, constituyendo una forma de
adhesión al sistema capitalista. El antifascismo forma parte de la lucha cotidiana
contra el Estado burgués, y no una forma de justificar su existencia.
Durante
diferentes épocas de la historia, la minoría dominante ha utilizado en momentos
de crisis a movimientos folclóricos para mantener sus privilegios, como es el
caso del fascismo en el período de entreguerras: Tras la I Guerra Mundial
(1914-1918), el capitalismo ya no desarrolla las fuerzas productivas,
provocando crisis y guerras. En este contexto surgirá el fascismo con el fin de
salvaguardar los intereses del capital imperialista y aplastar al proletariado
internacional, que despuntaba desde principios del siglo XX en su lucha,
teniendo a la URSS como un peligroso modelo a imitar.
La Guerra
Civil Española ilustra el papel contrarrevolucionario del fascismo a la
perfección, siendo el gigantesco escenario de una guerra imperialista, servirá
de laboratorio de pruebas para la reestructuración bélica del modelo
capitalista en crisis, la II Guerra Mundial. Se impondrá un modelo capitalista
dictatorial, con la complicidad de las democracias occidentales, mientras que
tras la II Guerra Mundial en el resto del mundo se impondrá un modelo
capitalista falsamente llamado “democrático” con la excusa de un enfrentamiento
con un bloque socialista antagónico. Tanto el modelo dictatorial como el
democrático tienen la misma finalidad, reajustar y mantener el sistema de
explotación capitalista, de ahí que las democracias occidentales que decían
luchar contra el fascismo no cuestionen el sistema político fascista español o
portugués tras la II Guerra Mundial, y sin embargo se dediquen a fijar
posiciones más o menos duras contra el bloque soviético y cualquier país que
pusiera en duda esta postura.
A partir de
aquí, desde la aparición del posmodernismo con la revolución bohemia burguesa
del Mayo francés de 1968 hasta la actualidad, en los países occidentales se ha
librado una lucha ideológica contra el antifascismo obrero clásico, que tenía
como finalidad el comunismo o el anarquismo, para conseguir que esa lucha se
convirtiera en un colaboracionismo de clase, de tal manera que el proletariado,
en vez de enfrentarse con sus enemigos de clase, la burguesía, sea liberal o
fascista, en una verdadera lucha de clases, se ve obligado a ser carne de cañón
para ambas burguesías, con la complicidad de algunos de aquellos que dicen ser
sus “dirigentes” (ahora llamados “activistas”),miembros normalmente de la disidencia controlada e
incluso de la socialdemocracia.
Para
determinar la función que cumple el fascismo hoy en día hay que determinar cuál
es la realidad en la que se desenvuelve, que evidentemente no es la misma que
en los años 30.
Como hemos
comentado anteriormente, la necesidad constante del desarrollo de las fuerzas
productivas del sistema económico de dominación denominado capitalismo ha
llevado a dicho sistema a una crisis permanente. La crisis del modelo
keynesiano desde principios de los 70 del pasado siglo conduce a una paulatina
superación de este modelo, denominado Estado del Bienestar, de implantación
europea, y a la gradual extensión del antiguo modelo liberal, a lo que se llamó
nada disimuladamente Neoliberalismo. En la actualidad todavía siguen
conviviendo y compitiendo ambos modelos en una economía internacionalizada,
denominada desde principios de este
siglo Globalización, donde se está imponiendo claramente el Neoliberalismo y
agonizando el “European way of life”. (Paradójicamente, movimientos populistas,
tanto filofascistas como posmoprogres, de disidencia controlada europeos apelan
a este famoso Estado de Bienestar como si fuera el Edén Obrero, cuando sólo la
socialdemocracia clásica europea puede reclamar su autoría.)
Este
enfrentamiento crea un estado de inestabilidad que a su vez genera graves
disfuncionalidades: la sustitución de un modelo económico en decadencia por otro
en auge crea una situación de desprotección en la mayoría de la sociedad, lo
que provoca una resistencia en mayor o menor medida, que se puede reflejar en revueltas,
insurrecciones o al menos en una resistencia ideológica. A todo esto hay que
sumarle la supuesta inmigración masiva, que nunca es ni tan masiva ni tan
lesiva, como causa de disfuncionalidad añadida, fruto de la
internacionalización del mercado de trabajo y el incremento de la explotación
laboral en los países de la periferia del primer mundo, así como de la
marginación política de grandes áreas geoestratégicas del mercado mundo.
¿Cómo
encuadrar al fascismo en este marco interpretativo? Su misión sería la de
facilitar la transición de un modelo a otro, desarrollando políticas tendentes
a fortalecer (no a tomar, al menos por ahora) el poder del Capital y
totalizarlo con todo tipo de leyes represivas: anti-inmigración,
anti-manifestación, censura de opiniones diferentes en redes sociales, etc.,
que impidan o neutralicen cualquier intento de queja masiva o revuelta popular
puntual, manteniendo formas políticas de gobierno formalmente democráticas pero
apuntalando el papel represivo del Estado burgués. (En este punto recordamos y
remitimos al anterior artículo sobre disidencia controlada donde explicamos cómo con dicha disidencia creada,
controlada y financiada por el sistema se acaba con cualquier movimiento
revolucionario anticapitalista que puede amenazar la transición de un modelo a
otro)
En resumen,
el fascismo ha sido convenientemente resucitado, en algún caso extremo
exhumado, para derechizar homogéneamente a la población a la vez que
desestabiliza a la sociedad para justificar medidas represivas de urgencia por
parte del Estado burgués que serán exigidas y alabadas con alegría por sus
propias víctimas. Por otro lado, a nivel político, en la falacia electoral se
vuelve a plantear la dicotomía “democracia o fascismo”, que lleva a reforzar la
“alternativa democrática” frente a la fascista, saliendo victorioso siempre de
este falso enfrentamiento el Capital. He aquí donde hace su irrupción el “moderno”
y adanista Antifascismo Millenial.
Entendiendo
qué función juega el fascismo en las relaciones políticas y económicas podemos
entender la que juega su némesis, el antifascismo.
El
antifascismo hoy es poco menos que una moda: la falta de análisis, debate y
crítica es patente. No se globaliza el problema, sino que se trata de atajar
sus efectos reproduciendo los mismos. Así, se recrea alrededor del antifascismo
una estética pandillera de escaso contenido ideológico regida por una actitud
macarra y estéril, actos puramente anecdóticos que promocionan diversos grupos,
colectivos y plataformas que tratan de responder al fenómeno fascista o
filofascista sin analizar sus causas y, en consecuencia, sin atacarlas
realmente, que a la larga involucra a todo el movimiento y lo anula en la
práctica. El fijar nuestros esfuerzos en la lucha antifascista como lucha parcial y coyuntural
nos aleja de la centralidad de la lucha de clases: crear autoorganización y
conciencia de clase. De esa manera, el sistema utiliza el recurso de “que viene
el fascismo”, sea real o no, para distraer al movimiento antifascista del
problema material concreto, un ejemplo sería el promover movilizaciones contra
tal o cual partido al que el propio sistema denomina a voluntad como “fascista”
mientras que el aparato represivo del Estado se dedica a perseguir y
represaliar a verdaderos luchadores antifascistas.
El lema
“Todos contra el fascismo” ejemplifica la tendencia actual a lo que llama el
posmodernismo “transversalidad”, que no es otra que la colaboración de clases,
promoviendo alianzas, en plataformas o manifestaciones, con fuerzas
contrarrevolucionarias de la izquierda capitalista: Socialdemócratas, posmos,
troskos, progres, a veces simples oportunistas que ansían una poltrona o un
ministerio cuqui… Pero no sólo a estos especímenes lumpenburgueses, un lema tan
generalista como “Todos contra el fascismo” es asumible desde múltiples ángulos
del espectro político, desde la izquierda colaboracionista hasta la derecha
liberal, repitiendo la historia de derrotas pasadas al desarrollarse políticas
frentistas que implican un refuerzo del modelo capitalista bajo formas
democráticas parlamentarias. Se vuelve a colaborar con nuestros enemigos de
clase socavando nuestros propios intereses, haciéndonos aliados de nuestros
enemigos en pos de una falsa lucha contra un enemigo común y aparentemente más
peligroso que a la vez es creado y alimentado por nuestro aliado-enemigo
capitalista. El resultado no puede ser más apetecible para el aparato represor
del Estado burgués: desde grupos antifascistas se reclaman medidas legales
estatales que represalien al fascismo, como leyes de ilegalización de grupos
nazis, ilegalización de la apología del fascismo, mayores dotaciones
policiales, altas penas de prisión por delitos políticos, etc., obviando que la
aplicación en la práctica de tales medidas difícilmente iría en nuestro favor,
más bien todo lo contrario, como históricamente se ha constatado. Nadie que
tenga la suficiente formación histórico-política puede ser tan ingenuo como
para confiar en las leyes penales burguesas y pensar que pueden salvaguardarnos
de quienes son sus cómplices: el Fascismo.
No deja de
sorprender que desde nuestras propias filas haya quienes den armas a nuestro
enemigo más señalado, el Capital, pero lo que verdaderamente alarma es que, en
la situación actual, no haya un auténtico Frente Antifascista que defienda a la
clase obrera tanto del Capitalismo como del Fascismo, dejando al proletariado
indefenso y desvalido ante la siguiente fase del actual sistema económico de dominación.
Es urgente, pues, el volver a la lucha antifascista clásica donde la meta es,
ni más ni menos, que la destrucción del poder burgués mediante la consecución
del poder político y económico por la vanguardia obrera y la destrucción de la
sociedad de clases mediante la dictadura del proletariado. La otra opción
sería, desgraciadamente, aceptar nuestra derrota y, en vísperas de un nuevo sistema
económico de dominación más cruel y salvaje que el actual, escribir a modo de
epitafio para colocar en la tumba de la clase obrera, vencida y desarmada:
“Epílogo del
deseo frustrado de comunismo por parte del proletariado, la burguesía ha vencido
a una revolución inconclusa. La clase obrera luchó, sin ser su deseo, por el
triunfo del capitalismo.”
Zumaia Guevara