viernes, 28 de febrero de 2020

El antifascismo como medio de control del sistema


Este artículo no pretende  ser una crítica a todos los colectivos u organizaciones antifascistas, ni mucho menos al antifascismo obrero clásico, sino un análisis de la realidad actual aplicada a esta lucha que, como muchas otras, ha sido parasitada por el propio sistema capitalista.
La obligación de todo militante revolucionario  es analizar la situación actual para intervenir en la realidad material y transformarla; de lo contrario, podemos caer en la trampa de ser cómplices del mismo sistema que nos oprime. El fascismo ha jugado históricamente un papel contrarrevolucionario al servicio del Capital, constituyendo una forma de adhesión al sistema capitalista. El antifascismo forma parte de la lucha cotidiana contra el Estado burgués, y no una forma de justificar su existencia.
Durante diferentes épocas de la historia, la minoría dominante ha utilizado en momentos de crisis a movimientos folclóricos para mantener sus privilegios, como es el caso del fascismo en el período de entreguerras: Tras la I Guerra Mundial (1914-1918), el capitalismo ya no desarrolla las fuerzas productivas, provocando crisis y guerras. En este contexto surgirá el fascismo con el fin de salvaguardar los intereses del capital imperialista y aplastar al proletariado internacional, que despuntaba desde principios del siglo XX en su lucha, teniendo a la URSS como un peligroso modelo a imitar.
La Guerra Civil Española ilustra el papel contrarrevolucionario del fascismo a la perfección, siendo el gigantesco escenario de una guerra imperialista, servirá de laboratorio de pruebas para la reestructuración bélica del modelo capitalista en crisis, la II Guerra Mundial. Se impondrá un modelo capitalista dictatorial, con la complicidad de las democracias occidentales, mientras que tras la II Guerra Mundial en el resto del mundo se impondrá un modelo capitalista falsamente llamado “democrático” con la excusa de un enfrentamiento con un bloque socialista antagónico. Tanto el modelo dictatorial como el democrático tienen la misma finalidad, reajustar y mantener el sistema de explotación capitalista, de ahí que las democracias occidentales que decían luchar contra el fascismo no cuestionen el sistema político fascista español o portugués tras la II Guerra Mundial, y sin embargo se dediquen a fijar posiciones más o menos duras contra el bloque soviético y cualquier país que pusiera en duda esta postura.



A partir de aquí, desde la aparición del posmodernismo con la revolución bohemia burguesa del Mayo francés de 1968 hasta la actualidad, en los países occidentales se ha librado una lucha ideológica contra el antifascismo obrero clásico, que tenía como finalidad el comunismo o el anarquismo, para conseguir que esa lucha se convirtiera en un colaboracionismo de clase, de tal manera que el proletariado, en vez de enfrentarse con sus enemigos de clase, la burguesía, sea liberal o fascista, en una verdadera lucha de clases, se ve obligado a ser carne de cañón para ambas burguesías, con la complicidad de algunos de aquellos que dicen ser sus “dirigentes” (ahora llamados “activistas”),miembros  normalmente de la disidencia controlada e incluso de la socialdemocracia.
Para determinar la función que cumple el fascismo hoy en día hay que determinar cuál es la realidad en la que se desenvuelve, que evidentemente no es la misma que en los años 30.
Como hemos comentado anteriormente, la necesidad constante del desarrollo de las fuerzas productivas del sistema económico de dominación denominado capitalismo ha llevado a dicho sistema a una crisis permanente. La crisis del modelo keynesiano desde principios de los 70 del pasado siglo conduce a una paulatina superación de este modelo, denominado Estado del Bienestar, de implantación europea, y a la gradual extensión del antiguo modelo liberal, a lo que se llamó nada disimuladamente Neoliberalismo. En la actualidad todavía siguen conviviendo y compitiendo ambos modelos en una economía internacionalizada, denominada  desde principios de este siglo Globalización, donde se está imponiendo claramente el Neoliberalismo y agonizando el “European way of life”. (Paradójicamente, movimientos populistas, tanto filofascistas como posmoprogres, de disidencia controlada europeos apelan a este famoso Estado de Bienestar como si fuera el Edén Obrero, cuando sólo la socialdemocracia clásica europea puede reclamar su autoría.)
Este enfrentamiento crea un estado de inestabilidad que a su vez genera graves disfuncionalidades: la sustitución de un modelo económico en decadencia por otro en auge crea una situación de desprotección en la mayoría de la sociedad, lo que provoca una resistencia en mayor o menor medida,  que se puede reflejar en revueltas, insurrecciones o al menos en una resistencia ideológica. A todo esto hay que sumarle la supuesta inmigración masiva, que nunca es ni tan masiva ni tan lesiva, como causa de disfuncionalidad añadida, fruto de la internacionalización del mercado de trabajo y el incremento de la explotación laboral en los países de la periferia del primer mundo, así como de la marginación política de grandes áreas geoestratégicas del mercado mundo.
¿Cómo encuadrar al fascismo en este marco interpretativo? Su misión sería la de facilitar la transición de un modelo a otro, desarrollando políticas tendentes a fortalecer (no a tomar, al menos por ahora) el poder del Capital y totalizarlo con todo tipo de leyes represivas: anti-inmigración, anti-manifestación, censura de opiniones diferentes en redes sociales, etc., que impidan o neutralicen cualquier intento de queja masiva o revuelta popular puntual, manteniendo formas políticas de gobierno formalmente democráticas pero apuntalando el papel represivo del Estado burgués. (En este punto recordamos y remitimos al anterior artículo sobre disidencia controlada  donde explicamos cómo con dicha disidencia creada, controlada y financiada por el sistema se acaba con cualquier movimiento revolucionario anticapitalista que puede amenazar la transición de un modelo a otro)
En resumen, el fascismo ha sido convenientemente resucitado, en algún caso extremo exhumado, para derechizar homogéneamente a la población a la vez que desestabiliza a la sociedad para justificar medidas represivas de urgencia por parte del Estado burgués que serán exigidas y alabadas con alegría por sus propias víctimas. Por otro lado, a nivel político, en la falacia electoral se vuelve a plantear la dicotomía “democracia o fascismo”, que lleva a reforzar la “alternativa democrática” frente a la fascista, saliendo victorioso siempre de este falso enfrentamiento el Capital. He aquí donde hace su irrupción el “moderno” y adanista Antifascismo Millenial.

Entendiendo qué función juega el fascismo en las relaciones políticas y económicas podemos entender la que juega su némesis, el antifascismo.
El antifascismo hoy es poco menos que una moda: la falta de análisis, debate y crítica es patente. No se globaliza el problema, sino que se trata de atajar sus efectos reproduciendo los mismos. Así, se recrea alrededor del antifascismo una estética pandillera de escaso contenido ideológico regida por una actitud macarra y estéril, actos puramente anecdóticos que promocionan diversos grupos, colectivos y plataformas que tratan de responder al fenómeno fascista o filofascista sin analizar sus causas y, en consecuencia, sin atacarlas realmente, que a la larga involucra a todo el movimiento y lo anula en la práctica. El fijar nuestros esfuerzos en la lucha  antifascista como lucha parcial y coyuntural nos aleja de la centralidad de la lucha de clases: crear autoorganización y conciencia de clase. De esa manera, el sistema utiliza el recurso de “que viene el fascismo”, sea real o no, para distraer al movimiento antifascista del problema material concreto, un ejemplo sería el promover movilizaciones contra tal o cual partido al que el propio sistema denomina a voluntad como “fascista” mientras que el aparato represivo del Estado se dedica a perseguir y represaliar a verdaderos luchadores antifascistas.
El lema “Todos contra el fascismo” ejemplifica la tendencia actual a lo que llama el posmodernismo “transversalidad”, que no es otra que la colaboración de clases, promoviendo alianzas, en plataformas o manifestaciones, con fuerzas contrarrevolucionarias de la izquierda capitalista: Socialdemócratas, posmos, troskos, progres, a veces simples oportunistas que ansían una poltrona o un ministerio cuqui… Pero no sólo a estos especímenes lumpenburgueses, un lema tan generalista como “Todos contra el fascismo” es asumible desde múltiples ángulos del espectro político, desde la izquierda colaboracionista hasta la derecha liberal, repitiendo la historia de derrotas pasadas al desarrollarse políticas frentistas que implican un refuerzo del modelo capitalista bajo formas democráticas parlamentarias. Se vuelve a colaborar con nuestros enemigos de clase socavando nuestros propios intereses, haciéndonos aliados de nuestros enemigos en pos de una falsa lucha contra un enemigo común y aparentemente más peligroso que a la vez es creado y alimentado por nuestro aliado-enemigo capitalista. El resultado no puede ser más apetecible para el aparato represor del Estado burgués: desde grupos antifascistas se reclaman medidas legales estatales que represalien al fascismo, como leyes de ilegalización de grupos nazis, ilegalización de la apología del fascismo, mayores dotaciones policiales, altas penas de prisión por delitos políticos, etc., obviando que la aplicación en la práctica de tales medidas difícilmente iría en nuestro favor, más bien todo lo contrario, como históricamente se ha constatado. Nadie que tenga la suficiente formación histórico-política puede ser tan ingenuo como para confiar en las leyes penales burguesas y pensar que pueden salvaguardarnos de quienes son sus cómplices: el Fascismo.
No deja de sorprender que desde nuestras propias filas haya quienes den armas a nuestro enemigo más señalado, el Capital, pero lo que verdaderamente alarma es que, en la situación actual, no haya un auténtico Frente Antifascista que defienda a la clase obrera tanto del Capitalismo como del Fascismo, dejando al proletariado indefenso y desvalido ante la siguiente fase del actual sistema económico de dominación. Es urgente, pues, el volver a la lucha antifascista clásica donde la meta es, ni más ni menos, que la destrucción del poder burgués mediante la consecución del poder político y económico por la vanguardia obrera y la destrucción de la sociedad de clases mediante la dictadura del proletariado. La otra opción sería, desgraciadamente, aceptar nuestra derrota y, en vísperas de un nuevo sistema económico de dominación más cruel y salvaje que el actual, escribir a modo de epitafio para colocar en la tumba de la clase obrera, vencida y desarmada:
“Epílogo del deseo frustrado de comunismo por parte del proletariado, la burguesía ha vencido a una revolución inconclusa. La clase obrera luchó, sin ser su deseo, por el triunfo del capitalismo.”
Zumaia Guevara





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